En el Viernes Santo se acumulan las emociones en nuestro corazón.
Comienza el día con el rezo de Laudes ante el Monumento. Nos han despertado los sentidos. Han sonado tan bien que hemos saboreado la oración, hecha melodía. A mediodía, acompañamos a Jesús en su Vía Dolorosa. Es un recorrido duro, emocionante y cargado de recuerdos. Hace pocos días, un grupo de personas de nuestra Parroquia y amigos, pisábamos las mismas piedras que Jesús pisó en aquella mañana, de hace tanto tiempo. Pero lo grande es que se sigue rememorando. Que cimentación más concienzuda y cara. Su SANGRE y la de tantos que han sido verdaderos discípulos, de hechos y no de labios fingidos. Enséñanos a ser coherentes en nuestro comportamiento.
Que como en la Oración te digamos: Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una Cruz y escarnecido, muévenme tus afrentas y tu muerte.
Por la tarde, la Celebración de la Pasión del Señor. Una celebración sobria, muy bien preparada, participada y cantada. Canciones que han sido oración continuada.
Una liturgia rica en contenido, que no olvida a tantos hermanos nuestros, que necesitan de nuestra oración y de nuestra ayuda. La homilía siempre es un toque de atención a cada uno de nosotros. Que sea buena semilla que fructifique en nuestro corazón y que sepamos comunicarlo a los demás.
Acompañamos a la Madre en su dolor, con la Esperanza de alegrarnos con Ella, que es la que con su SÍ, hizo que comenzara nuestra Historia de la Salvación.